jueves, 16 de julio de 2009

Melomanía: viaje a la semilla

En el fondo yo soy sólo una artista frustrada.
Primero el ballet, luego el teatro musical, el coro, la banda de guerra, la bohemia de la prepa... En fin, que la literatura es el único arte que no me ha expulsado de sus filas (aún) [paradójica la analogía arte-milicia].
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No obstante, la música es, sin duda, mi arte favorito, sólo que entre los laberintos de las letras me desenvuelvo mejor; es algo así (sólo algo así) como la diferencia entre pasión y talento. Que no siempre es lo mismo, para desgracia de los partidarios que creen que todo lo hecho con pasión está bien hecho.
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Por esa razón me he empeñado en tratar de retratar con palabras las sensaciones de la música.
"Melomanía", según la Real Academia Española, es "el gusto desordenado por la música", sí, quizá bajo los parámetros del desorden es como mejor se me puede etiquetar, en la vida misma, no sólo en mis gustos musicales.
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Mi primera infancia está marcada por el pop, pero en el gobierno tripartita que es mi hogar, no sólo yo tenia derecho a escuchar a las Spice Girls o a Fey, debía ceder tiempos oficiales a Lionel Richie, Michael Bolton, Neil Diamond, para mi mamá, y a James Brown, The Doors, The Bee Gees y algunas otras cosas gospell para mi papá.
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Al lado de mi abuelo, los boleros fueron la compañía. De mis mejores recuerdos son él y yo cantando a Los Panchos. También llegaron los boleros de la mano de las interminables fiestas en casa de la más chica de las Morales [nadie cuenta la cantidad de "de" "las" que he escrito]. Justo cuando parecía que todo había terminado, la guitarra se convertía en la mejor compañía de las canciones con penas de amor.
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Con el oído de mi papá conocí el jazz y de las imágenes de Epigmenio Ibarra a Manzanero el contemporáneo, para enamorarme de por vida de sus canciones. Después Álvaro Carrillo, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez (con Chavela Vargas, porfavor).
Por mucho tiempo fui la más chica de la familia, conviví entre adultos y adolescentes, me sentía fan de Los Aterciopelados en 6° de primaria y de Café Tacvba, así como Julieta Venegas en sus tiempos rockeros, estuvieron presentes en mis veranos con los hoy treintañeros, personas de familia.
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"Gusto desordenado por la música"... Sí, disfruto igual a Jarabe de Palo que el quejío gitano de Diego "El Cigala" y Niña Pastori; el timbre de voz de Lila Downs tan alegre o dolido como requiere la música denominada "popular", aunque pocos la conocen; el jazz en toda su extensión: lo erótico del bossa-nova, lo intenso del blues, la hiperactividad del funk, la voz de Nina Simone, de Billie Holliday, de Lou Armstrong.
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Frank Sinatra y Michael Bubblé. El requinto del Montealbán, los tangos de Gardel, el bajo que acompaña a Shirley Horn en "Fever". Y seguramente otros que se me escapan que llenan mi iPod y mis días, porque para mí leer, escribir y la música son tan necesarios como el mañanero [café].
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¿Melómana? Sí, lo confieso y a mucha honra.

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