Atesoro el día en que me acerqué a Pamela Noreña. Nos conocíamos, convivíamos de la manera casual-lejana. Pero decidió abrir las puertas de su casa a un ejército de hombres que conocemos en común y cuya compañía y charla valoramos. Le advertí que era una mala idea, pero insistió.
A Pamela y a mí nos unía la constancia de asistir a las reuniones con estos hombres que desatan reacciones femeninas encontradas: algunas acuden a ellos como moscas a la miel (aunque la comparación está trillada), pero otras huyen a la primera crítica, al género o a su trabajo.
Fuimos las únicas dos mujeres en buena parte de la reunión y todo lo que no hicieron una suma de horas sabatinas, ocurrió en ese momento: hicimos la complicidad de la charla en común; Pamela nos contó de su origen, conversamos de otras mujeres, de libros y, obvimente, de hombres...
Al calor del tequila, las palabras de todos se tornaron más francas, atesoro esa reunión por las pláticas que pudimos sostener, todos fuimos más cercanos a partir de entonces.
Pamela, con su generosidad, hizo el marco perfecto para la fotografía de ese instante. Nos hace falta su humor y su inteligencia. Brindamos a su salud y pensamos en ella, nos hace falta su presencia cada sábado.
Pam, queremos que te levantes, pero hay que ser realistas. Si los milagros ocurren, te estaremos esperando, donde siempre.
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