lunes, 31 de mayo de 2010

Dejar la soltería

A los 70 años estaba listo para dejar la soltería. Nunca la que, para él, fuera lo bastante inteligente; nunca la digna de convertirse, en público, en su compañera. Algunas fueron madres de sus esporádicos hijos, escogidas por él. El Escritor era eternamente soltero. El, hombre exquisito deseado por muchas, fue poseído por varias. Más de una alumna lo llevó a su cama. La consigna fue siempre la misma: El Escritor sería siempre soltero.

Sus alumnos más brillantes fueron sus empleados, hizo de ellos una generación que tiempo después ya no lo necesitó. El Escritor es exitoso, un libro más brillante que el anterior, una novela más exitosa que la primigenia. Palabras más exactas cada vez. Ojos clínicos que abstraen la realidad y la convertían en literatura: mordaz, fuerte, con el dedo en la llaga de ese país tan lastimado al que pertenece.

Y llegó, Escritor la conoció a los 70 y la quiso para último amor. No sabía cuánto más viviría, el doctor le dijo que, al menos serían 25 años más y ella sería la compañera a micrófono abierto. Nunca otro secreto a voces. La rubia desmaquillada de piernas bien torneadas sería la mujer de Escritor. Digna acompañante de giras, digna compañera de pluma, digna coautora de la vida que le quedara.

El Escritor no acostumbraba recibir rechazos, a un hombre exquisito las mujeres no se le niegan. Escritor elegía a los mejores cerebros en los estuches más llamativos para compartir lecho, nunca por más de cinco años.

Cuando Escritor la conoció quiso ser nuevo para ella, dejó a un lado el libro del pasado, lo cerró de tajo y se liberó de las antiguas historias, aún si ello lastimaba a los personajes. Estaba dispuesto y ella también, parecía.

Una tarde, Escritor recibió la noticia más dura, la mujer digna le confesó su amor por otro y encima se quedaba por lástima. Sus gruesas piernas, que acostumbraban abrazarlo por las noches, rodearían otro cuerpo y El ya no estaba para salirse a embriagar y buscarse otro ejemplar para sus noches, porque sobre todo, no quería otro ejemplar para sus días.

Su acento extranjero llama a diario, pregunta cómo está, lo procura y acompaña, pero Escritor no puede con esa presencia a medias. No puede tenerla en el mismo hotel y no compartir su habitación, no puede levantarse sin encontrarla en el baño, no encuentra calor sin su cuerpo. Escritor intenta anclarla a él en una novela a cuatro manos.

Alguna vez, recuerdo haber leído de Philip Roth algo que parafraseo: uno espera que con la vejez termine el deseo, cuando llega a ella, continúa en los mismos avatares sentimentales de la adolescencia.

2 comentarios:

Guillermo Vega Zaragoza dijo...

¿Conque tomando modelos de la realidad, eh? Buenísimo tu relato. Me hizo recordar una frase de Mailer: "La verdadera madurez de un hombre llega cuando desea sin culpa el joven coño que le está vedado". Felicidades. Luego te hablo para quedar con el café.

Mariana Torres dijo...

Shhh... Guillermo, que quede entre tú y yo.
Gracias por comentar [ en susurro ]

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