Quizá el placer primitivo que más se le parezca a comer es el sexual. La satisfacción de ambas necesidades puede ser muy disfrutable si se encuentra un compañero a la medida.
En la mesa estamos más desnudos que en la cama: el lugar que elegimos, la conversación, el platillo, habla más de nuestra historia que cualquier testimonio.
Las mejores experiencias se cuentan con el amor, los amigos, los maestros e incluso con los enemigos. Se pueden convertir en una aburrición infinita si la compañía es la indiferencia o la evasión de la soledad.
Un encuentro casual puede ser una extraordinaria sorpresa o un descalabro.
Dichosos aquellos que encuentren a un compañero generoso dispuesto a compartir el placer propio, y por placer, quiero decir, platillo.
Sépalo: encontrar a quien comparta nuestro estilo es un hallazgo que vale la pena cultivar y conservar.
Pasar algunas mesas en soledad es un ejercicio saludable de autoexploración y autoconocimiento. Igual que la masturbación.
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