Nunca pensé que este momento llegaría. Cada vez que Gerardo Fernández Noroña hacía una aparición pública yo tenía la certeza de que el término sería un desastre. Todavía. Es un político cuya víscera lo traiciona. Alguna vez escuché a Pedro Ferriz de Con decir que lo admiraba: “es un hombre que se pone los calcetines por la mañana y no sabe a dónde lo llevará la vida durante el día. Lo mismo puede terminar en una manifestación, que en alguna institución gubernamental o aventándose a granaderos”. Estuve de acuerdo con el ingeniero, lo cual no sucede con frecuencia.
Nunca sus modos me han parecido los de un político y me resultan más cercanos a los de un agitador social. En el Partido de la Revolución Democrática, se contaba que “Gerardo es un hombre muy comprometido. Es muy inteligente, siempre trae un libro; lee muchísimo”, decía radiopasillo en su frecuencia modulada. Fernández Noroña siempre me pareció fundamentalmente un necio.
“Quiero decirle, por más que no sea el tema, que usted está marcado para toda la vida por la muerte de esos niños [en Sonora]. Y de verdad, no sé cómo puede dormir tranquilo”
“¿Cómo podemos confiar en usted esta parte tan estratégica del país que son las comunicaciones y transportes? Me pregunto si los va a cuidar como a esos 49 niños”
“Dicen que ‘la mujer del César no sólo debe ser honesta, sino debe parecerlo’ […] y todo huele a negocio detrás de estas licitaciones. Por más que usted diga que el enganche puede ser diferenciado, lo que está claro es que hay un daño al patrimonio nacional”
“Me dejó verdaderamente impresionado que usted diga que van a llevar comunicación de alta tecnología a las escuelas. ¿Por qué no escoge un estado, el que quiera, y hacemos un muestreo de escuelas rurales, semirrurales y urbanas? Y luego vamos a ver en qué condiciones están esas escuelas y me explica dónde lo vamos a conectar”
No defiendo los modos, pero escucho, leo y releo las declaraciones y me siento incapaz de discernir. No lo creí posible, pero estamos de acuerdo.
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